Oigan la historia que les cuento,
por testigo pongo al tiempo, que asá­ ocurrió:
el dios de la lluvia gemá­a y lloraba

y, por séquito, la niebla le acompaá±ó.

Segundos antes de medianoche,
en la hora en que las brujas toman el té
donde el horizonte del bosque se esconde,
en un claro, un posada a lo lejos se ve.

Su nombre era Kelpie,
la dama del amanecer,
en la noche de los difuntos
se le puede ver.
Tu alma quiere poseer.

Dicen que vivió
atormentada
que su prá­ncipe era
de los de prometer al meter
y una vez yacido olvidar lo prometido
y los nueve meses ni el pelo se dejó ver.

Su nombre era Kelpie,
la dama del amanecer,
en la noche de los difuntos
se le puede ver.
Tu alma quiere poseer.

Por conocer varón fue condenada,
enterrada en vida entre muros, Kelpie murió,
y desde aquel dá­a su alma te guá­a
hacia la posada donde le conoció.

No beses su boca
si a medianoche tẠla ves,
pues si acaricias esos labios
siempre morirá¡s de pie
entre los muros, ya hay ciento diez.

Su nombre era Kelpie,
la dama del amanecer,
en la noche de los difuntos
se le puede ver.
Aá±ora un amor tener.

Su nombre era Kelpie...
La dama del amanecer.

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