Era una noche de playa, de esas serenas donde las parejas se llenan de arena y, los chiringuitos, se quedan dormidos después de trabajar.

Bañadores y toallas soñando tendidos en balcones que dan al mar.

Matrimonios con niños por el paseo marítimo y yo sentado, solito, pensando cómo estaría la gente ahora en mi ciudad.
Yo por mi parte muy a gustito, hasta que pasó lo que voy a contar.

De repente, aparece por la orilla no sé si un sueño o una maravilla. Una chica desnuda y me tuve que pellizcar.
Do you speak english? le dije.
No me he perdido, tranquilo, me contestó.

Soy una Sirena, como esas de los cuentos que te contaron. No sé si tan guapa como nos pintan pero, como ves, no estoy mal.
Sólo tengo esta noche y antes de que salga el Sol tendré que regresar. Que estas piernas son sólo un regalito temporal.

Le presté mi camiseta, con toalla se hizo una falda. Fuimos al piso, una amiga le prestó ropa y salimos a navegar por las calles de las que tanto había oído nombrar.

No quiero visitas turísticas, llévame a ver la gente. A ver como ríen, hablan, se enamoran. Llévame a bailar.
Esas cosas con las que sueño de noche en el fondo del mar.

Así que allá nos fuimos, de bares de copas. La música, el ruido y pasaban las horas. Y ella estaba como loca de felicidad.
Sólo me falta una cosa y lo sabes, me dijo.
Sólo me falta una cosa y lo sabes, me dijo.
Que me enseñes a besar.

Y mitad de aquella pista, de esa discoteca, entre guiris tostados y canciones horteras, sin darme cuenta, la fui a besar.
Insensato de mí porque hay fronteras que no se deben cruzar.

Comprendí que los besos que dan las Sirenas, son besos y nada más. Pero, eso sí, con extra de sal.
Y la luz de las estrellas, fue testigo ocular del amor imposible entre la tierra y el mar.

Ya estaba amaneciendo, volvimos de la mano un poco borrachos y en la arena se culminó lo que había que culminar.
No sé que tengo aquí dentro del pecho, que no me quiero marchar.
No te preocupes, cariño, le dije. Lo que te duele no es grave y se pasa. Durará algunos días, pero es bastante normal.
No me olvides, me repitió, mientras despareció en el mar.

Yo volví a mi piso. Pasé como pude el verano con los amigos y luego otra vez, de nuevo, de regreso a la ciudad.
Y ahora cada vez que como con gente, me dicen ¿por qué le pones a las comidas tanta sal?

Comprendí que los besos que dan las Sirenas, son besos y nada más. Pero, eso sí, con extra de sal.
Y la luz de las estrellas, fue testigo ocular del amor imposible entre la tierra y el mar.

Comprendí que los besos que dan las Sirenas, son besos y nada más.
Pero, a veces... Pero, a veces, escuecen igual que los demás.
Igual que los demás.


(Gracias a Luna por esta letra)

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